El corazón a mil por hora, las manos sudando, ¿y yo? riendo nerviosamente. Abrí los ojos de par en par, y me fui completamente. Mi mente no estaba presente. El tiempo se detuvo por un segundo y todo lo que podía ver eran los miles de pies que separaban mi cuerpo del suelo. Apenas lo escuché diciendo, “¿estás lista?” – ¿estaba realmente lista? No podía oír nada. Tenía la cabeza inclinada hacia un lado, todo mi cuerpo amarrado al de otra persona, y gritando fuertemente, me encontré en una caída libre de 15.000 pies.
Millones de sentimientos me invadieron. ¿Estaba realmente viviendo ese momento o todo era solo un producto de mi imaginación? ¿Estaba dominando el cielo o toda esta experiencia estaba mostrándose demasiado abrumadora? No podía separar mis sentimientos. Estaba sintiendo de todo y nada al mismo tiempo.
Estaba gritando y no podía oírme porque el grito se perdía con el viento que parecía pasar a través de mí. Me golpeaba duro y frío y sin ningún tipo de consideración. Era paracaidismo. Mis oídos me estaban matando. Los sentía zumbando como si mis gritos nunca hubieran salido de mi boca y hubieran volado desde el interior hasta las orejas y estuvieran allí atrapados. En ese momento, odie por lo que estaba pasando. Odiaba con todo mi ser la estupidez de lanzarme de un avión y arriesgar mi vida por vivir esa experiencia.
El paracaídas se abrió y sentí como todo mi cuerpo fue impulsado hacia el infinito y más allá. No podía creer lo que estaba ocurriendo. Todo mi ser estaba temblando y apenas podía medio respirar. Mi mente estaba tratando de procesar lo que acababa de ocurrir, pero todavía no podía pensar claramente. Vi mis pies colgando, demasiado lejos del suelo como nunca los había visto. Todo se veía tranquilo. Pacífico. Solo podía sentir y oír el viento. En ese momento me di cuenta de que mi “pequeña” aventura había valido la pena. Era la aventura más loca que había vivido en mi vida. La emoción que estaba sintiendo era demasiada para ser comprendida.
Los oídos me seguían doliendo, pero ya no me importaba, ahora podía abrir la boca para hablar en vez de gritar. Le dije a mi instructor, Adam, lo mucho que me dolían los oídos y me aconsejó que respirara tapándome la nariz. ¡RESPIRARAR TAPÁNDOME LA NARIZ! ¿Por qué no lo pensé? ¡Este hombre era un genio!
La adrenalina que corría a través de mí comenzó a desaparecer, y empecé a darme cuenta de lo que estaba viviendo: ¡ERA PARACAIDISMO!
Advertencia: este video puede ser la cosa más chistosa que veas hoy.